Una sola pregunta

Para que la próxima encuesta presidencial tenga un final feliz, para que todos los participantes acepten los resultados, la legitimidad del ejercicio demoscópico es indispensable.

La sucesión dentro del partido oficial ha iniciado formalmente. El siguiente momento estelar de este drama político sucederá cuando Morena, en unos meses, consulte a las y los mexicanos con la siguiente pregunta: ¿a qué corcholata prefiere usted como nuestro candidato o candidata para la Presidencia de la República en 2024?

El presidente López Obrador ha reiterado que la encuesta pública es el método indiscutible y será, de acuerdo con sus dichos, la palabra final en la decisión. El dedo popular señalará al candidato que, muy probablemente, asumirá como próximo presidente o presidenta de México. Por eso, esta consulta pública adquiere mayor relevancia y será un episodio central no sólo en la continuidad de la Cuarta Transformación, sino en el futuro de los mexicanos.

Sin embargo, como en todo buen drama, el conflicto se acerca al escenario. La experiencia nos indica que muchas de las encuestas de Morena han resultado ejercicios cuestionados y cuestionables. Señalemos tan sólo un ejemplo reciente, Coahuila, en donde se decidió realizar tres sondeos internos y dos encuestas externas para elegir candidato.

Ello dio como resultado la percepción de un ejercicio desaseado, en el que uno de los aspirantes cuestionó el dictamen el mismo día de su publicación y rompió no sólo con el partido, sino con el propio Presidente de la República y se fue a competir por otro lado, dividiendo así el voto opositor. ¿La consecuencia?, ya lo vio usted.

El candidato morenista, ganador de esa criticada encuesta, quedó en un lejano segundo lugar y si bien los votos obtenidos por el desertor no le hubieran alcanzado para ganar, sí dejaron un amargo sabor de boca en Morena: la derrota fue parcialmente nuestra culpa. Una tragedia política.

El villano de este drama es la desconfianza. Por eso, para que la próxima encuesta presidencial tenga un final feliz, para que todos los participantes acepten los resultados, la legitimidad del ejercicio demoscópico es indispensable.

Que todos los participantes, además de la ciudadanía interesada, reconozcan su imparcialidad y apoyen al ganador. Que compartan la opinión de que la conclusión anunciada es la verdadera palabra del pueblo consultado.

El reto que se enfrenta es cómo asegurarse de que así suceda. Y la receta no es tan compleja: únicamente con un proceso riguroso, transparente y científico.

Hay dos momentos clave en toda encuesta. El primero es el levantamiento, la toma de la muestra, que obviamente es importante (cómo, cuándo, a cuántos, a quiénes y en dónde se consulta). El segundo, que en realidad es un paso previo y es fundamental para la neutralidad del ejercicio, es el diseño. Toda encuesta es tan buena como su diseño y éste tiene un componente central que es la definición de qué sí y qué no preguntar.

La mejor respuesta es resultado natural de la pregunta adecuada. En la vida, no sólo en las encuestas, saber preguntar es la mitad de la respuesta. En el caso particular que nos ocupa, la mejor pregunta será la más obvia: ¿a quién prefiere usted como candidato o candidata de Morena a la Presidencia? Punto. Nada más. Es todo lo que se necesita saber en la encuesta presidencial que el Partido mayoritario realizará.

En el caso de Coahuila se introdujeron preguntas sobre atributos y otras valoraciones de los participantes, lo que dificultó el ejercicio y permitió que las dudas sobre el diseño de la muestra dieran munición al rebelde para reventar la unidad interna.

Así pues, pretender incluir en la próxima encuesta de Morena preguntas sobre atributos de honestidad, cercanía o valoración en general de los candidatos es abrir la puerta a la suspicacia. Es prestarse a interpretaciones. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si se decidiera preguntar quién es el candidato con mayor experiencia diplomática y prestigio internacional y si la gente prefiriera a alguien con esos atributos? Obviamente Ebrard ganaría, con lo cual, desde el inicio, habría un sesgo en el resultado.

Imagine cualquier elección presidencial. Cuando usted va a votar, únicamente se le presenta una boleta que dice Presidente y se le presentan varias opciones. La pregunta implícita es ¿quién es el mejor para el cargo?, nada más. En la soledad de la casilla electoral usted no reflexiona sobre la experiencia, la capacidad, la eficacia o incluso el género de un candidato, eso ya lo pensó antes o de plano no le importa. Ahí solamente se le pide elegir al que considere mejor capacitado para el cargo. Punto. Se vota por la persona o el partido, los atributos están implícitos.

De este modo, incluir una sola pregunta en la encuesta de Morena para elegir el candidato a la Presidencia de la República “¿a quién prefiere?” asegurará la sencillez, la claridad y la certeza del resultado, pero sobre todo, disipará la desconfianza y evitará el conflicto postelectoral interno en un partido que, si no olvida las lecciones coahuilenses, sabrá que no se puede permitir perder, en su propia cancha de juego y por sus propios errores, el poder que hoy ostenta.


CREDITO: Sergio Torres Ávila